Se encontraba
sentada en el comedor de su departamento, una luz mortecina caía sobre la mesa
y no era lo suficientemente fuerte para iluminarle el rostro por completo.
Encendió un cigarrillo y durante un breve instante se pudieron observar sus facciones
delicadas; al soltar la primera bocanada de humo comenzó a hablar:
“Nuevamente pequé,
no lo pude evitar, prometí no caer nuevamente en la tentación pero ayer mi cuerpo
cedió. Anoche fui al bar de siempre, estaba harta de la rutina y necesitaba un
trago para relajar mi cuerpo y así poder dormir tranquilamente durante toda
la noche. Al llegar observé
que no había mucha gente, sólo dos pequeños grupos que hacían un ruido
ensordecedor, decidí seguir de largo hasta que algo atrajo mi atención: él. Un
hombre de treinta y tantos años, con un mentón firme, una sonrisa perfecta y
unos ojos que hipnotizaban; sentí un ligero estremecimiento recorriendo todo mi
cuerpo, pero recordé mi promesa; esbocé una ligera sonrisa y fui directamente a
la barra a pedir una bebida.
Mi atención se
enfocó en trivialidades, comencé a pasear la mirada por los estantes llenos de
licor, sólo iba por un trago y después a casa para dormir, lo necesitaba. De
pronto, por el rabillo del ojo, alcancé a ver una silueta que se acercaba hacia
mí, decidí no voltear y justamente cuando recobraba la postura y regresaba a mi anterior
estado de introspección, sentí un aliento cálido en la nuca y una voz grave que
preguntaba mi nombre.
Al girar la cabeza
observé que era él, lo tenía a diez centímetros de mi cuerpo y nuevamente me
estremecí, como autómata le regalé una sonrisa y a cambio pude observar cómo
sus ojos color avellana se iluminaban; preguntó nuevamente mi nombre e
inmediatamente se lo di, intercambiamos algunas palabras y se sentó junto a mí
para charlar. Me dijo su nombre y
me contó que estaba en el bar bebiendo porque su mejor amigo se casaba al día siguiente; mientras lo escuchaba lo observaba atentamente, era el tipo de hombre que me
gusta: alto, de espalda ancha, cabello ensortijado color miel, antebrazos
sólidos y unos glúteos firmes. Mi cuerpo
comenzó a traicionarme, sentía el corazón palpitando aceleradamente, las manos
comenzaron a sudarme y de una manera directa y sin tapujos se lo dije " Vámonos de aquí, este lugar es muy
ruidoso y quiero estar a solas contigo".
Pensé que me
miraría sorprendido y que comenzaría a balbucear, cuál sería mi sorpresa al ver
que se adueñó de la situación, me tomó de la mano y mientras se despedía de sus
amigos abrió la puerta del bar para que yo pudiera salir. Tomamos un taxi y nos
dirigimos a su departamento.
Durante el trayecto
seguimos charlando tranquilamente, pero sabía perfectamente que la tensión
sexual comenzaba a liberarse y una vez dentro de su casa explotaría. Llegamos
al lugar, me ayudó a bajarme del auto, abrió la puerta del edificio, subimos el
ascensor y me indicó cuál era su departamento; una vez dentro,
tomé asiento mientras él se dirigió a la cocina para sacar una botella de vino tinto,
tomó un sacacorchos que estaba cerca, destapó la botella y sirvió dos copas, al
entregármela nuestras manos se rozaron levemente y sentí como si pequeñas ondas
eléctricas recorrieran nuestros cuerpos.
Mientras bebíamos
comenzó a describir lo que sintió al verme entrar al bar, dijo que no pudo
evitar mirarme fijamente y deleitarse con mi rostro y mi cuerpo, entonces lo
supe, este hombre representaba mi perdición, verlo a los ojos y al mismo tiempo
escuchar su voz provocaba que cayera en un estado de semiinconsciencia.
Y sucedió, sin
ningún aviso comenzó a besarme, en ese instante comprendí que todo estaba
perdido, mi promesa iba a terminar hecha añicos, desde el inicio supe que no
debí de haber ido al bar, ahora, por un poco de licor, el esfuerzo de meses se
iba a la basura. No pude pensar más, sus labios y sus manos lograron que
olvidara todo y en ese momento me abandoné al placer, su lengua jugaba con la
mía, de pronto se alejaba y mientras sus manos apretaban mis senos sus labios descendían
para rozar mi cuello.
Las copas de vino
terminaron hechas pedazos en el piso, él me levantó para llevarme a su cuarto pero
entendí que necesitaba hacerme cargo de la situación, lo alejé y me dirigí
caminando provocadoramente a la cocina, se abalanzó sobre mí para continuar
tocándome pero lo detuve, le pedí que se sentara en una silla del comedor,
simplemente sonrió y sin objetar lo hizo; me quité la blusa y la ocupé para
amarrar sus manos. “Nunca había
intentado esto pero sé que me gustará” me dijo mientras reía, sonreí, lo besé
apasionadamente y terminé de desnudarme; me acerqué lentamente hacia a él,
gateando para que pudiera admirar mi cuerpo que sumisamente le ofrecía. Todavía
hincada comencé a desabotonar su pantalón, se lo quité para después continuar
con sus bóxers, al hacerlo su miembro duro salió a la luz, lo tomé
cuidadosamente entre mis manos y casi con ternura lo introduje a mi boca
mientras lo veía a los ojos -a lo largo de los años he aprendido qué es lo que
satisface a los hombres-, cerró los ojos y comenzó a gemir preso de la
excitación del momento, mientras tanto yo sentía como ese miembro hirviente
comenzaba a crecer a causa de las caricias orales que le proporcionaba. Al
notar que él se encontraba listo fui a la cocina, me miró sorprendido pero sonriente, comencé a buscar entre las gavetas y encontré lo que buscaba.
Noté que su sonrisa
desapareció en cuanto lo vio: un cuchillo largo y bastante afilado reposaba
entre mis manos, me acerqué a él blandiendo esa arma mortal; primero rió, pero al
ver que yo no reía comenzó a asustarse. Me pidió que bajara el cuchillo, al no
obtener respuesta balbuceó que lo soltara, llegué hasta él y me senté en sus
piernas, observé con agrado que su erección apenas había disminuido, comencé a
deslizar con cuidado el cuchillo por su cara con una mano, mientras con la otra
levanté su rostro para acariciar su cuello y sentir sus venas hinchadas por el
exceso de sangre provocado por el miedo; trató de empujarme, logré aferrarme y
se detuvo en el instante en el que sintió la fría hoja de acero posándose en su
yugular, tartamudeó y suplicó por su vida.
Mi excitación
aumentaba cada segundo, sentía como mis piernas comenzaban a humedecerse cada
vez más, abrí un poco más su camisa y me deleité con su pecho duro, pasé mi
lengua por su cara y en ese momento el cuchillo bajó; su camisa se abrió por
completo y acompañé el movimiento con mis caderas para poder ser penetrada
fuertemente. Mis brazos se enroscaron detrás de su nuca y comencé a menearme;
liberado del miedo él comenzó a disfrutar de lo que estaba haciendo, miré sus
ojos y lo entendí: éramos un solo ser. Sus
gemidos eran cada vez más fuertes.
Lo abracé con
fuerza anticipándome al maravilloso orgasmo que se avecinaba, su cuerpo se
tensó, por mis senos resbalaban grandes gotas de sudor que caían al piso, arqueé
mi espalda y mientras cedía ante el orgasmo deslicé el cuchillo por su cuello.
Mi cuerpo y mi mente se dejaron llevar por el paroxismo al cual me enfrentaba,
mi cara y cuerpo eran salpicados por la sangre sin que quisiera evitarlo. Su
cuerpo se movía espasmódicamente, un temblor se apoderaba de él pero su miembro
seguía firme.”
Se levantó de la
silla mientras apagaba el cigarrillo -siempre se ha dicho que el orgasmo es una
pequeña muerte y como ésta es única e irrepetible, creo que es cierto, existe
en este evento una grandiosa oportunidad para conocer el abandono del cuerpo y
la mente, tal vez es cierto que es única e irrepetible, pero yo he
experimentado esta muerte una y otra vez y ya no puedo parar. Nuevamente pequé,
no lo pude evitar, prometí no caer nuevamente en la tentación pero nunca
volveré a hacerlo-. Esto fue lo
último que su nueva pareja pudo escuchar mientras moría.